Bernardo
O'Higgins Riquelme era hijo natural de Ambrosio O’Higgins, militar y
administrador colonial de origen irlandés que, habiendo iniciado por entonces
una brillante carrera al servicio de la Corona española, llegaría a ser
nombrado gobernador de Chile (1788-1796) y virrey del Perú (1796-1801); su
madre era doña Isabel Riquelme y Mesa, una bellísima joven criolla. Por
conveniencias sociales, el niño recién nacido fue llevado a Talca, donde se
crió al cuidado de don Juan Albano Pereira y de su esposa, doña Bartolina de la
Cruz.
Cuando cumplió once años regresó a su ciudad natal
para seguir estudios en el colegio de los religiosos franciscanos, pero no
permaneció mucho tiempo en Chillán, pues su padre, que había sido nombrado
gobernador de Chile el año anterior, decidió que completara su educación en un
centro más selecto, como era el Convictorio de San Carlos, en Lima; el joven
Bernardo prosiguió allí su formación hasta los diecisiete años.
A esa edad, y siguiendo de nuevo las instrucciones
de su padre, Bernardo O'Higgins se puso de nuevo en camino: esta vez se dirigió
a Cádiz y de allí a Inglaterra, donde estudió en una academia inglesa; además
de cursar materias científicas como geografía, botánica o matemáticas, aprendió
francés, música, pintura y esgrima. Durante su estancia de tres años en Gran
Bretaña vivió una apasionada aventura amorosa, al tiempo que crecía en él el
interés por la política. En este sentido fue clave su relación con el prócer
venezolano Francisco de Miranda, uno de los primeros y más influyentes
ideólogos e impulsores de la emancipación de las colonias americanas, que le
introdujo en la senda independentista.
Entretanto, don Ambrosio O'Higgins había sido
nombrado virrey del Perú; enterado del giro ideológico de su hijo, dejó de
protegerle, aunque a su muerte (1801) había resuelto legarle la mayor parte de
su fortuna. En 1802, con veintitrés años, regresó a la patria, sustituyó el
apellido materno por el paterno (pasando de Bernardo Riquelme a Bernardo
O'Higgins), y hasta 1810 se dedicó a la hacienda que le dejó su progenitor, la
cual engrandeció notablemente. Ocupó cargos públicos, como el de procurador del
cabildo de Chillán, y al mismo tiempo se aplicó a la tarea de difundir el
ideario emancipador.
La Patria Vieja
Las aspiraciones de los movimientos independentistas
que por esos años habían ido gestándose en Chile y en toda la América Latina se
vieron favorecidas por los graves acontecimientos que sacudieron la metrópoli.
En 1808, las tropas de Napoleón invadieron España; el emperador francés obligó
al rey español a abdicar e instaló en el trono a su hermano José I Bonaparte.
El rechazo popular a la dominación francesa desató la Guerra de la
Independencia Española (1808-1814).
Aunque pronto se constituyó en la península una Junta Suprema de
España e Indias que se proclamó depositaria de la soberanía real, la extensión
del conflicto bélico -que fue en su mayor parte una desgastadora guerra de
guerrillas- había ocasionado de facto un vacío de poder en España. En 1810 comenzaron
a formarse en las colonias americanas juntas de gobierno que, a imitación de la
Junta de España, declararon al principio su lealtad al depuesto monarca español
Fernando VII; tales juntas, sin embargo, sustituyeron a las autoridades
coloniales anteriormente nombradas por la Corona, y pronto derivaron, por lo
general, hacia posturas independentistas.
Ese
fue también el caso de Chile, que era por entonces una capitanía general
dependiente del Virreinato del Perú. El capitán general de Chile, Francisco
Antonio García Carrasco, quiso anticiparse a tales movimientos con la detención
de algunas significadas figuras de la causa emancipadora; su actuación
desencadenó una revuelta popular el 11 de julio de 1810 y, cinco días después,
hubo de presentar su renuncia. Ocupó su lugar Mateo de Toro y Zambrano, quien,
para hacer frente a la situación, convocó el 18 de septiembre de 1810 un
cabildo abierto, asamblea integrada por 450 notables que resolvió constituir la
primera Junta de Gobierno de Chile. Con la puesta en marcha de la Junta, dotada
de plenos poderes pero teóricamente fiel a la Corona española, se iniciaba el
periodo denominado la Patria Vieja (1810-1814), primera y fallida fase del
proceso de emancipación chileno.
Aunque pronto se constituyó en la península una Junta Suprema de
España e Indias que se proclamó depositaria de la soberanía real, la extensión
del conflicto bélico -que fue en su mayor parte una desgastadora guerra de
guerrillas- había ocasionado de facto un vacío de poder en España. En 1810
comenzaron a formarse en las colonias americanas juntas de gobierno que, a
imitación de la Junta de España, declararon al principio su lealtad al depuesto
monarca español Fernando VII; tales juntas, sin embargo, sustituyeron a las
autoridades coloniales anteriormente nombradas por la Corona, y pronto
derivaron, por lo general, hacia posturas independentistas.
Ese
fue también el caso de Chile, que era por entonces una capitanía general
dependiente del Virreinato del Perú. El capitán general de Chile, Francisco
Antonio García Carrasco, quiso anticiparse a tales movimientos con la detención
de algunas significadas figuras de la causa emancipadora; su actuación
desencadenó una revuelta popular el 11 de julio de 1810 y, cinco días después,
hubo de presentar su renuncia. Ocupó su lugar Mateo de Toro y Zambrano, quien,
para hacer frente a la situación, convocó el 18 de septiembre de 1810 un
cabildo abierto, asamblea integrada por 450 notables que resolvió constituir la
primera Junta de Gobierno de Chile. Con la puesta en marcha de la Junta, dotada
de plenos poderes pero teóricamente fiel a la Corona española, se iniciaba el
periodo denominado la Patria Vieja (1810-1814), primera y fallida fase del
proceso de emancipación chileno.
Mientras las guerrillas realistas se extendían por la región,
Bernardo O'Higgins mostró su valor personal y su pericia estratégica en
diversos combates, méritos que le condujeron al generalato en 1814. Continuó la
guerra contra los españoles, pero hubo de aceptar el convenio de Lircay (3 de
mayo de 1814), por el que se mantenía la Junta de Gobierno de Chile a cambio de
su sometimiento a la Corona española y de la retirada de las tropas realistas.
Ambas partes, sin embargo, ignoraron inmediatamente lo pactado, y el virrey
José Fernando Abascal envió un nuevo contingente de tropas al mando del
brigadier Mariano Osorio para imponer por las armas la sumisión de territorio.
La llegada de refuerzos para los españoles selló la
reconciliación entre Bernardo O'Higgins y José Miguel Carrera, quienes
decidieron unir sus fuerzas para concentrarse en la defensa de la estratégica
población de Rancagua. La caída de la ciudad (2 de octubre de 1814) originó una
crisis política profunda que se saldó con la huida de muchas familias patriotas
hacia Argentina, entre ellas la de O'Higgins. El «Desastre de Rancagua» puso
punto final a la Patria Vieja: Chile se hallaba de nuevo bajo el dominio español.
La independencia de Chile
Durante
su estancia en Argentina, Bernardo O'Higgins trabó íntima amistad con el
general José de San Martín, quien había de desempeñar un importantísimo papel
en la emancipación de Sudamérica. De la fraternidad que unió al prócer
argentino con el libertador chileno dan fe su correspondencia, la
inquebrantable lealtad que mantendrían durante toda su vida y los mutuos
elogios que se dedicaron.
En una carta de O'Higgins a San Martín, fechada en
Mendoza el 21 de marzo de 1816, el primero le pide al segundo cien pesos para
atender a las apremiantes necesidades de su familia, que "igualmente que
yo -escribe- se halla envuelta en la persecución del enemigo común". La
anécdota revela la heroica austeridad y las precarias condiciones económicas a
las que O'Higgins estuvo sometido durante estos años. El epistolario completo
muestra, por otra parte, una cordial efusividad entre ambos patriotas y hasta
contiene algunas íntimas confidencias, porque, como escribió O'Higgins,
"no cabe reserva entre los que se han jurado ser amigos hasta la
muerte".
San Martín entendía que la definitiva liberación de las colonias
hispanoamericanas pasaba por la ocupación del Perú, centro neurálgico del poder
virreinal, y proyectaba una expedición por vía marítima desde Chile;
obviamente, la caída de la Patria Vieja arruinó sus planes, que precisaban el
apoyo y colaboración de un Chile independiente. De este modo, la liberación de
Chile se convirtió en el objetivo prioritario de ambos caudillos, que se
dedicaron pacientemente a reunir y organizar las tropas que habían de llevar a
cabo una temeraria empresa: cruzar los Andes por distintos pasos desde
Argentina y caer sorpresivamente sobre Chile.
Bajo la dirección de San Martín y O'Higgins, la
campaña de los Andes pasaría a la historia como la más grandiosa gesta militar
americana de todos los tiempos: en enero de 1817, en sólo veinticuatro días, el
llamado Ejército de los Andes cruzó la cordillera y obtuvo la crucial victoria
de Chacabuco (12 de febrero de 1817), que abrió las puertas de la capital,
ocupada dos días después. El 16 de febrero, una ciudadanía entusiasta ofrecía
el mando supremo del Estado al victorioso general O'Higgins.
Sin embargo, los intereses prioritarios no pasaban
entonces por la política sino por la guerra, y fue preciso continuar la lucha
en el sur, aunque la suerte ya estaba echada y los realistas dejaron de ser una
amenaza seria para la independencia de Chile, que fue proclamada formalmente el
12 de febrero de 1818. Ese mismo año tuvieron lugar los últimos enfrentamientos
notables: el nuevo virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, movilizó un ejército
de tres mil hombres, cuya dirección fue otra vez confiada a Mariano Osorio. Los
españoles derrotaron a los patriotas en la batalla de Cancha Rayada, en la que
el propio O'Higgins recibió un balazo en el brazo derecho. Aún convaleciente,
quiso asistir sin embargo a la decisiva batalla de Maipú (5 de abril de 1818),
en la que San Martín aplastó a los realistas, asegurando definitivamente la
independencia chilena; al término del combate, San Martín y O'Higgins se
fundieron en el célebre «abrazo de Maipú».
Conforme a la acertada visión estratégica de San
Martín, la toma de Perú precisaba de medios navales; O'Higgins formó una
escuadra, entregando su mando a Manuel Blanco Encalada primero y a Thomas
Cochrane después. La flota de
combate chilena logró mantener la supremacía sobre la armada virreinal,
dominando toda la costa del Pacífico. De esta forma el general San Martín pudo
organizar la expedición marítima que lo llevaría a desembarcar con su ejército
en las costas peruanas (1820) y a apoderarse de Lima un año después, aunque la
definitiva liberación del Perú correría a cargo de Simón Bolívar.
Director Supremo (1817-1823)
Tras la batalla de Maipú, Bernardo O'Higgins pudo
dedicarse plenamente a las tareas de gobierno. Aprobó de inmediato un
reglamento constitucional (1818) por el cual quedaban fijadas sus atribuciones
y deberes en tanto que Director Supremo y se creaba un Senado con funciones
legislativas y consultivas; se establecía asimismo una división administrativa
en tres provincias y se garantizaban plenamente los derechos y libertades
individuales.
La nación a la que ayudó decisivamente a nacer fue
libre y unitaria gracias en gran parte a su esfuerzo. La libertad podía
saborearse plenamente; libre era el comercio que abarrotaba el puerto de
Valparaíso, libres las personas para circular sin pasaporte. La inteligencia y
la cultura comenzaron a prosperar, pues en los pueblos se construían escuelas,
se creaban bibliotecas y se impulsaban las artes.
Militar afortunado y político honesto y consciente, O'Higgins
hubo sin embargo de afrontar pruebas muy duras, como fueron los rencores
desatados tras el ajusticiamiento en Mendoza de los hermanos Carrera y la
insurrección de Concepción. La promulgación de la Constitución de 1822, que
había de sustituir la provisional de 1818, supuso en este sentido el principio
del fin: pese a sus indudables avances (limitación a seis años del mandato del
Director Supremo, creación de dos cámaras legislativas y reparto de las
atribuciones ejecutivas entre tres ministerios), algunas disposiciones que no
llegaron a ser incluidas señalaban una orientación que chocaba con los
intereses de la Iglesia católica y la aristocracia latifundista.
El
28 de enero de 1823, un cansado O'Higgins renunciaba al mando supremo de la
patria en beneficio del general Ramón
Freire, que había liderado la oposición al texto constitucional y
protagonizado desde Concepción el pronunciamiento que acabó con su mandato. La
decisión de O'Higgins ahorró al país una guerra civil; poco después, el prócer
de la independencia abandonaba Chile rumbo a El Callao.
Últimos años
Su
objetivo era seguir viaje a Inglaterra junto con toda su familia. Para ello
confiaba en los rendimientos de unas haciendas peruanas que San Martín le había
donado, pero los realistas ocupaban todavía buena parte del territorio del
antiguo Virreinato y la situación era caótica. Recibido con todos los honores
en Perú, fue amablemente presionado para que asumiera el mando del ejército.
Simón Bolívar, que a su llegada a tierras peruanas tomó a su cargo la dirección
de las operaciones militares que conducirían a la liberación del Perú, entabló
de inmediato amistad con O'Higgins, que pasó a convertirse en un distinguido
miembro de su Estado Mayor. Los avatares de la lucha los llevaron a la costa,
mientras el general Antonio José de Sucre vencía
a los realistas en la batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824), liquidando
el último foco de resistencia española en el continente.
O'Higgins no llegó a emprender el viaje a Inglaterra; en lugar de ello,
permaneció en Perú tratando de rentabilizar sus posesiones de Montalván y
Cuiba, en el valle del Cañete. Los rencores que había dejado atrás en Chile maquinaron
para que se le interrumpiera el pago de su pensión militar. En 1826, sus
partidarios quisieron devolverlo al poder mediante una conspiración en Chiloé,
pero, una vez fracasada ésta, el general fue borrado del escalafón militar y
quedó prácticamente proscrito.
Cuando en 1836 el ministro chileno diego Portales le
declaró la guerra a la Confederación peruano-boliviana, el dictador boliviano
Andrés Santa Cruz pretendió ganarlo para su causa; Bernardo O'Higgins condenó
la guerra fratricida y se negó a apoyar a Santa Cruz, incluso cuando éste le
ofreció el retorno al poder en Chile. En 1839, la victoria del general chileno
Manuel Bulnes en Yungay frente a las tropas de la Confederación puso fin a la
contienda; se abrió entonces en Chile un paréntesis con una política de
reconciliación nacional liderada por el propio Bulnes. Nombrado presidente,
Manuel Bulnes ordenó en 1841 que
se restituyeran el rango y los sueldos debidos a O'Higgins, pero la reparación
llegó cuando el libertador de Chile se hallaba ya a las puertas de la muerte.
Falleció en Lima el 24 de octubre de 1842.
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